La filosofía helenista surge en un periodo de crisis socio política en Grecia, los atenienses ven como sus sueños e ideales políticos van siendo destruidos, y se sienten a la deriva, sin rumbo alguno y con todo lo que habían construido hecho boronas, por esta razón buscan en la filosofía un camino a la felicidad basado en la imperturbabilidad. Si bien esta situación de desorientación y pérdida del rumbo se dio a finales del siglo IV a.C, en el actual siglo XXI, vemos como se ha generado una crisis mundial, una situación de indignación que ha desencadenado protestas, manifestaciones, incredulidad, y una total perdida de confianza en los gobernantes.
Al igual que en la antigua Grecia la búsqueda de la felicidad es constante, y al parecer la única salida a esta critica realidad es encontrarla en la interiorización. De nada ha servido mantener un apego a las normas impuestas gubernamentalmente si sólo han generado caos, y represión, de que han servido las fronteras si no permiten que disfrutemos del mundo del cual somos ciudadanos, cual es la función de tanto pudor, de cuidar una virginidad utópica que sólo ha formado una generación de mojigatas, de seres humanos que no sabemos de que son capaces porque sólo los queremos con mascaras de buena conducta.
Hacen falta Diógenes en nuestra sociedad, hombres y mujeres capaces de ir en contra, de despojarse de los bienes materiales, que no se preocupen por las normas morales y hagan de la moral una norma prescindible, personas que se preocupen por su realidad y no por como viven los demás la de ellos, personas cosmopolitas que no tengan casa en el mundo sino del mundo una casa. Hacen falta estoicos que vivan de acuerdo a la naturaleza, finalmente de ella provenimos, personas que respeten todo su poder del cual estamos siendo victimas luego de haber sido por años victimarios.
No hacen falta eclécticos sin identidad, de los que sólo toman un montón de doctrinas ya existentes, las mezclan y voilà. Parafraseando, debemos ser eclécticos, pero de los verdaderos, de los activos buscadores de la verdad; de ésos que, cuando la encuentran, la descubren y la proclaman sin consentimientos a la pobreza intelectual, a la conveniencia ni a la moda. Resulta conveniente cuestionarnos, vale la pena seguir estrictamente la “moral” profesada por los que más crímenes cometen, es mejor seguir con esta mascara sacrificando la felicidad por encajar en el estereotipo de “buenos” aun sabiendo que el bien no es un juicio universal.
